Sustentabilidad low tech

En la nota sobre diseño sustentable, sostenemos la idea que no debe ser tomado como una moda para un grupo reducido, pero también entendemos que muchas veces tiene motivos para creerlo así.

La teoría del Desarrollo Sustentable lleva menos de tres décadas de desarrollo y desde entonces las principales publicaciones arquitectónicas mostraron el tema como un nuevo avance de la tecnología aplicado principalmente a edificios de gran escala como rascacielos de oficinas.

Es cierto, los famosos “edificios verdes” que vemos en las revistas no abundan en nuestras ciudades. Esto no es sólo por cuestiones técnicas o económicas, también porque responden a una idiosincrasia y un modo de vida distinto, por lo que parece difícil que la mayoría de la gente de estas latitudes sienta alguna conexión al ver notas sobre rascacielos con varias capas de aluminio en sus ventanas para evitar que el aire refrigerado se escape, vidrios espejados capaces de evitar el ingreso de la radiación solar y complejos sistemas de aire acondicionado computarizado que inyectan la cantidad exacta de aire frío en cada habitación.

Esto no pasó desapercibido a los diseñadores latinoamericanos y desde hace algunos años están trabajando para adaptar las ideas primermundistas a nuestras realidades locales con un enfoque diferente, buscando alternativas más acordes a nuestras costumbres y clima, pero principalmente con un desarrollo tecnológico propio que nos permita evitar reducir la cantidad de materiales a transportar desde el otro lado del mundo, agregándole una huella ecológica enorme.

No tenemos muchas alternativas a las lámparas LED de mínimo consumo o los sistemas informatizados que regulan automáticamente el funcionamiento de los sistemas de acondicionamiento del clima interior para reducir su uso al mínimo necesario, pero varias corrientes sudamericanas están reaprendiendo a construir con madera, mampostería y adobe como hacían sus abuelos, agregándole un fundamento científico y técnico a lo que antes se hacía por simple experiencia sin entender del todo por qué funcionaba o cómo podía hacerse de forma más eficiente para ahorrar materiales y mano de obra.

Esto no implica un rechazo absoluto a las experiencias del primer mundo, pero sí la propuesta de cuestionarlas para tomar sólo las partes que nos sirvan.